No es Varadero, no es Honolulu, es una graciosa ciudad atlántida muy fangosa que muestra sus portales abiertos a la acariciante brisa del norte. Día y noche suena la guitarra entre el humo y el ron de los alegres vacacionistas que no desean dormir. Otros levantan sus tiendas de campaña en los aislados canalizos donde fríen al instante los ejemplares pescados. Uvero emana una agradable atracción entre sus visitantes que llegan a Sagua La Grande.
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Quien pise sus tablones, a Uvero ha de regresar"...
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LAS TEMPORADAS-
Quien pise sus tablones, a Uvero ha de regresar"...
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Casi un siglo cumple nuestra querida playa Uvero desde que era visitada ocasionalmente a principios del siglo XX, pero 74 años es su edad oficial desde que la señora Alejandrina Núñez de León, directora y maestra del Kindergarten # 4 de Sagua La Grande, creó la “Colonia Infantil de Playa Uvero” con un batallón de entusiasmados muchachos que asaltaban este paraíso de sol y mar escondido en el agreste litoral para veranear y tomar el aire puro. Esto dió como resultado que se construyeran las primeras casitas y comenzara la era de “Las Temporadas”, nombre con que se bautiza al período de tiempo que coincide con el verano y la vacaciones escolares.
Los pioneros de las primeras Temporadas en los años treintas lo fueron la familia de Melquiades Martínez, los Sevillano, los Revuelta, García y Yanes, entre otros, y luego entre los años cuarentas y cincuentas Uvero ya resplandecía con más de cien casitas entrelazadas por una telaraña de muelles de tronco y tablas. Desde aquellos tiempos se han acumulado historias, curiosidades, bromas, y chismes que a la larga se van convirtiendo en “Clásicos de Temporada” o una especie de cortas novelas costumbristas. Algunos deben ser “bestseller” y en otros casos simples “diarios personales”, pero como en este capítulo ¡todo nos interesa!, inaugura hoy esta sección un acontecimiento sucedido en el año 1978 donde los protagonistas son Rafael Sotolongo y Manolito Escalar. Quizás con este corto relato, otros escritores se embullen y envíen sus vivencias en la fascinante playa de los sagüeros.
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LA CASA DE MI TIO
Esto fue en 1978; era un Agosto muy caluroso como para quedarse en Sagua. Ya se levantaba el sol en el horizonte cuando el camión llegó con el cargamento de uveristas, entre ellos estaban Sotolongo, Leonel, . Aquel día “la playa estaba buena” (frase que evalúa el buen ambiente que allí reinaba), muchos amigos, mucha música, muchas jevitas, en fín, la cosa estaba como para no regresar a Sagua al final del día.
Todos comenzaron a buscar donde plantar campamento, pero cada rincón ya tenía su dueño y hasta los portales de las casas se lo dividían los visitantes con las familias que allí vivían. Todo el litoral se abarrotaba de humanos como gaviotas que buscan espacio libre en el acantilado después de terminar sus faenas alimenticias del día.
Unos “pateaban” los muelles hacia la Botella y otros hacia el Vedado, deteniéndose de vez en cuando a saludar un amigo en uno de los portales o para tomarse un buche de ron ofrecido por otro, pero todo era cuestión de minutos, nadie brindaba un hospedaje prolongado y mucho menos una invitación para almorzar.
Sotolongo y otros amigos comenzaban a frustrarse de tanto caminar toda la mañana con su carga a cuesta sin encontrar sitio donde acampar o al menos donde sentarse a desempacar su almacén y disfrutar de un descanzo tras la calurosa jornada, cuando de pronto surgió un rayo de esperanza; Manolito Escalar (el guana) se tropezó con ellos y al verlos tan desesperados les comentó; -“Yo estoy más encabronao que ustedes por lo que me pasó; resulta ser que mi tió me prestó su casa y de guanajo que soy, bien merecido tengo el nombrete, dejé la llave allá en Sagua arriba de la mesa, y yo no pienso virar para atrás, si alguno de ustedes quiere, puede ir a traerla”-concluyó.
Todos se miraron en silencio pero ningún héroe se ofreció como voluntario. Al cabo de un rato, opinó el Soto: “Ven acá Manolito… y no pudiéramos intentar abrir la puerta de otro modo”.
LA CASA DE MI TIO
Esto fue en 1978; era un Agosto muy caluroso como para quedarse en Sagua. Ya se levantaba el sol en el horizonte cuando el camión llegó con el cargamento de uveristas, entre ellos estaban Sotolongo, Leonel, . Aquel día “la playa estaba buena” (frase que evalúa el buen ambiente que allí reinaba), muchos amigos, mucha música, muchas jevitas, en fín, la cosa estaba como para no regresar a Sagua al final del día.
Todos comenzaron a buscar donde plantar campamento, pero cada rincón ya tenía su dueño y hasta los portales de las casas se lo dividían los visitantes con las familias que allí vivían. Todo el litoral se abarrotaba de humanos como gaviotas que buscan espacio libre en el acantilado después de terminar sus faenas alimenticias del día.
Unos “pateaban” los muelles hacia la Botella y otros hacia el Vedado, deteniéndose de vez en cuando a saludar un amigo en uno de los portales o para tomarse un buche de ron ofrecido por otro, pero todo era cuestión de minutos, nadie brindaba un hospedaje prolongado y mucho menos una invitación para almorzar.
Sotolongo y otros amigos comenzaban a frustrarse de tanto caminar toda la mañana con su carga a cuesta sin encontrar sitio donde acampar o al menos donde sentarse a desempacar su almacén y disfrutar de un descanzo tras la calurosa jornada, cuando de pronto surgió un rayo de esperanza; Manolito Escalar (el guana) se tropezó con ellos y al verlos tan desesperados les comentó; -“Yo estoy más encabronao que ustedes por lo que me pasó; resulta ser que mi tió me prestó su casa y de guanajo que soy, bien merecido tengo el nombrete, dejé la llave allá en Sagua arriba de la mesa, y yo no pienso virar para atrás, si alguno de ustedes quiere, puede ir a traerla”-concluyó.
Todos se miraron en silencio pero ningún héroe se ofreció como voluntario. Al cabo de un rato, opinó el Soto: “Ven acá Manolito… y no pudiéramos intentar abrir la puerta de otro modo”.
-“Coño Soto, si le rompo la puerta a mi tío me busco tremendo lío y más nunca me la presta”-contestó el Guana. “Bueno, mira una cosa- le ripostó el Soto- yo me comprometo contigo a intentar abrir la puerta o alguna ventana sin romperla, pero coño tenemos que intertarlo aunque sea”. Manolito solo pensaba. “Mira gil aquí traemos bastante jama y ya es hora de almorzar, no nos vamos a pasar todo el día de un lugar pa otro, piénsalo bien mi hermano, tu eres amigo de nosotros y no nos puedes dejar botao”- le imploró Soto con algo de guataquería.
Entonces Escalar con cara de convencido, le dijo: “Bueno, traten de abrirla pero me tienes que dar la palabra que no es rompiendo nada”-, “Te doy la palabra”-le agradeció el Soto con un abrazo.
Muy alegres partieron entonces para el ala de El Vedado bajo la indicación de Manolito y tras pocos esfuerzos lograron abrir una de las ventanas. Al poco rato todo era felicidad pues más que un rincón de la arena, ahora contaban con toda una casa a su completa disposición. Abrieron todas las puertas y ventanas para refrescarla y cada uno de ellos acotejó sus pertenencias en los escaparates y gavetas. Uno guindó una hamaca, el otro se tiró a descansar en una de los camastros, y Soto comenzó a guardar los alimentos en la despensa de la cocina.
Pasó el resto de la mañana y llegó la hora de cocinar, todos fueron para la playa mientras que el chef Sotolongo comenzó a preparar su rico manjar.
Tenían tan buena suerte que hasta una olla de presión, sartenes y otros útiles de cocina estuvieron a su disposición en la bien surtida casa, un radio para oir la buena música americana de WQAM, y un viejo ventilador para refrescar al cocinero.
Cantaba y bailaba mientras freía, mezclaba, condimentaba, este gordito feliz, cuando de pronto un enrojecido hombre apareció por la puerta de la cocina tomándolo por sorpresa: “¿Que hace usted aquí?”-preguntó el aparecido-. “Eso mismo le digo yo a usted ¿Qué hace usted aquí?- le contesto Sotolongo aturdido por la imprevista llegada- “Soy el dueño de esta casa”-le gritó el hombre. A lo que Soto, sin respuesta disponible contestó: “Ah, llega a tiempo ¿quiere comer frijoles?.
El hombre estaba rojo de ira y el Soto blanco de espanto. “Su sobrino Manolito Escalar me invitó a que me quedara aquí”- le explicó el cocinero mientras revolvía los frijoles.
-“Yo no tengo sobrinos, ni soy apellido Escalar. Y ahora mismo lo voy a acusar con la policía por asalto a una propiedad”….
Y de esa forma terminó lo que pudo haber sido un bello día de playa para el grupo de amigos que en ningún momento sospechó que El Guanajito Escalar era más listo que todos ellos juntos, y les había jugado “la Broma de la Temporada”.
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